Alas de Dragón (Llama y Ceniza nº 4)


 

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Alas de Dragón — Llama y Ceniza IV
Una novela de Tolmarher
Serie: Continuus Nexus – Septima Saga

Primero la palabra, luego el hierro. En la capilla improvisada del Pozo, Clea pronuncia el Sermón de ceniza: orden, continencia, paz armada entre Santino y Ricard, deber compartido de Medea y Menorá, y contención del deseo como disciplina del alma. Entonces, desde dentro del recinto, una voz de niño pregunta: “¿Puedo entrar?”. No viene de la puerta: viene de la pared. La liturgia se convierte en cuarentena del pánico.

El perímetro resiste: flechas, arcabuces, aceite; Astarté abre claros con bramidos que quitan el aire a la calle; Bardo protege pergaminos; Maximilian carga su caja y exhibe la cobardía que luego aprenderá a domar. Por fin, la ciudad enseña rostro: ojos ámbar, piel tensa, boca sin labios que sonríe como una herramienta exhibiendo filo. El rastrillo principal cede un palmo: sólo sirve sellar desde dentro.

Sancho —hueso de guardia, memoria de barro— y Sandor —mano mayor del clan, mecánico del hierro— entran al corredor interior. Cadena, pasador, cuña: oficio contra hambre. Uñas gastadas por piedra tantean la rendija; sangre oscura firma el cuello del sargento. Juran: por la Luna Roja, por la vieja que sube, por el niño que lee, por la ciudad que todavía no devora. Dan dos golpes —uno que avisa, uno que sostiene— y nunca el tercero. El rastrillo cae “como cae un veredicto”: muerde piedra, la cuña canta su nota perfecta, la cadena cierra la tripa. Sancho y Sandor se quedan dentro. Arriba, Astarté se alza con víveres, niños, libros y mapa, y un pacto tácito entre Ricard y Santino: rango al servicio del rumbo.

En el amanecer, Bardo desdobla el cuero: junto a la espiral en balanza (marca de Los Magus) luce la palabra que Clea vislumbró en sueños: Umbral. Medea y Menorá lo toman no como joya, sino como deuda. Duncan marca rumbo; Django pide, no manda; Astarté somete el aire. Lutecia queda atrás con las puertas selladas y un juramento clavado en la jamba. La Niebla no se mueve. Aprende. Y el cuento —como los dragones viejos— sigue.