Ojos de Dragón (Llama y Ceniza nº 3)


 

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Ojos de Dragón — Llama y Ceniza III
Una novela de Tolmarher
Serie: Continuus Nexus – Septima Saga

La ciudad no cambia de sitio, pero se acerca. Los turnos de exploración descienden a templos de Temis desmantelados: cálices volcados, gotas ámbar que no son cera, aliento detrás de los muros; la cripta seca respira por la grieta. Duncan ensaya la retirada en corredores que ahogan el sonido; Sancho detecta rejillas donde una mano pequeña tantea afuera y se retira “como quien aprende a medir la sopa que no es suya”. El manual de la supervivencia se escribe en tiempo real: cadenas, cuñas y rastrillos; tres golpes de señal, nunca el cuarto.

Clea libra su guerra privada: Temis le exige continencia y gobierno de sí; Mefisto la enciende con visiones y le susurra que yacer con Django rompería la Voz. Entre ambos, el deseo se afila en renuncia, y la noche en el patio trasero apenas permite un casi-beso hasta que Astarté se planta con su enorme sombra de ala: no. Clea, sin embargo, ve con los ojos cerrados una ciudad que no es Lutecia: río, faros en círculo, estatuas con capucha, campana que derriba paredes sin badajo. Una geografía distinta llama: Umbral.

Bardo y Duncan sellan alianza práctica en el archivo —“fuego robado” de los estantes ocultos—, mientras Maximilian, entre la culpa por el oro y el miedo a Los Magus, roba una arqueta que cree llave y tal vez sea condena. Santino y Ricard se miden sin romper la cuerda; Medea y Menorá administran la deuda y el orden. Davina y Ludwig consolidan un lenguaje nuevo: raciones como silabario, disciplina como gramática. La Niebla, abajo, no sube: escucha. Y la ciudad, todavía sin rostro, imita voces con una precisión ligeramente equivocada. La sensación de ser nombrados desde dentro recorre el Pozo. Falta una chispa, un sermón, y el mundo aprenderá que el adversario ya ha aprendido.